Ante el desorden del mundo - Odio, violencia, emancipación

Ante el desorden del mundo - Odio, violencia, emancipación

von: Manuel Cruz

Gedisa Editorial, 2023

ISBN: 9788418525483 , 208 Seiten

Format: ePUB

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Ante el desorden del mundo - Odio, violencia, emancipación


 

Nota previa: sobre la importancia de esta conversación

Manuel Cruz

Odio, violencia y emancipación son, sin duda, categorías heterogéneas que, en principio, remiten a esferas nítidamente diferen­ciadas de la vida humana. Así, la primera —el odio— ha tendido tradicionalmente a ser recluida en la esfera de lo privado, esto es, a ser considerada como un sentimiento estrictamente individual. En consecuencia, se interpretaba que de su estudio debían ocuparse determinadas disciplinas y saberes (en particular la psicología, aunque no sólo), especializados en el conocimiento de los diversos aspectos de la individualidad.

Ahora bien, de un tiempo a esta parte se ha hecho evidente que la generalización (y diversificación) del odio (junto con alguna otra categoría complementaria, como es el miedo) no puede seguir siendo analizada en tan restrictiva clave. Se odia (al igual que se teme) demasiado (y demasiadas cosas) como para seguir pensando que tales sentimientos son asunto de cada cual. Tanto es así que no ha faltado quienes se han atrevido a definir a nuestra sociedad actual precisamente como una sociedad de odio. Sin duda estamos ante un fenómeno inducido, cuyos antecedentes y cuya intención se pretende ayudar a esclarecer en lo que sigue.

¿Qué función se hace desempeñar en nuestras sociedades al odio? Sin perjuicio de los desarrollos que se puedan desplegar a lo largo de las diversas colaboraciones del volumen, un elemento fundamental ya puede ser señalado: dicho sentimiento desempeña el papel de un auténtico cemento cohesionador en determinado tipo de sociedades. ¿En cuáles? Tal vez (es sólo una hipótesis) en aquéllas que han asistido al declive de otras formas de cohesión, como las representadas, por ejemplo, por las viejas creencias religiosas o por un determinado tipo de proyectos colectivos, fuertemente unificadores de la comunidad.

Pues bien, es esta última sospecha la que abre paso, de pleno derecho en el discurso, a las otras dos categorías analizadas en la presente compilación. La sospecha, por cierto, se declina de diferentes maneras: no es, por así decirlo, una sospecha de paso universal. La paralizadora, obsesiva, función del odio va adoptando diversas formas, de acuerdo con el momento y el lugar, lo que es como decir según la coyuntura y la concreta formación social de que se trate. Es este particular juego o articulación entre lo que permanece y lo que varía lo que constituyó el detonante, el estímulo inicial que se encuentra en el origen del libro que el lector tiene en sus manos.

La primera versión de este libro (publicada con el título que en esta nueva edición hemos conservado como subtítulo, a modo de recordatorio, esto es, Odio, violencia, emancipación) tuvo su origen en un pequeño ciclo de conferencias celebrado en noviembre de 2005 en el Centro de Cultura de España en Buenos Aires, con el apoyo entusiasta de su entonces directora, Lidia Blanco. Bajo este mismo título se le propuso en aquel momento a un pequeño grupo de filósofos argentinos y españoles (tres y tres, para ser exactos, número que luego, a efectos de publicación, aumentó hasta alcanzar un total de nueve) que dialogaran alrededor de cada uno de los conceptos con vistas a poner a prueba la hipótesis, tanto acerca de la cambiante naturaleza de las categorías como de su íntima articulación, que tutelaba el proyecto. La hipótesis se mantiene, qué duda cabe, pero precisaba de actualización. No sólo por lo que respecta a las dimensiones teóricas de los diversos asuntos que hoy resulta forzoso introducir (y que a principios de este siglo no tenían la notoriedad que luego han alcanzado), como a la necesidad de incorporar nuevas voces que sustituyeran a algunas de las presentes en aquel momento.

En todo caso la hipótesis en cuestión también admite ser enunciada en positivo. Se diría entonces que tanto el odio, como cualquier otro sentimiento social, resultan del todo ininteligibles si no son puestos en conexión con esos otros vectores, absolutamente básicos de la vida en común que son la violencia y la expectativa de emancipación. La insistencia en la conexión resulta particularmente importante a efectos de diferenciar, con la mayor nitidez posible, el planteamiento seguido aquí del defendido por quienes, simpli­ficando su posición, consideran la violencia como una constante, de carácter histórico-antropológico, presente desde siempre en la especie humana —también una especie animal, no se olvide—, constante que le lleva de modo inexorable, casi fatal, a resolver sus conflictos por esos medios violentos.

Quienes argumentan así suelen aportar como prueba el hecho incontestable, de que, hasta donde disponemos de información, tenemos noticia de que siempre se han producido sucesos violentos, no ya sólo de orden individual, sino también colectivo. A fin de cuentas, la historia de la humanidad es la historia de sus guerras. Todo esto es verdad, aunque habría que añadir de inmediato que no es toda la verdad. Porque no resulta menos cierto, si vemos las cosas con mirada histórica en gran angular, que a lo largo del tiempo nuestras sociedades han ido inventando y desarrollando instituciones para encauzar esa hipotética tendencia natural a la violencia. Así, el principio de que el Estado tiene el monopolio de la violencia sustrae a los individuos particulares ese recurso, de la misma forma que la justicia intenta evitar la ley del Talión, el ojo por ojo y diente por diente, o el tomarse la justicia por la propia mano.

Pero hay otro orden de respuestas, al que se allegan en general los colaboradores del presente volumen, que tendería a señalar los rasgos propios de esta sociedad en la que vivimos como rasgos generadores, ellos mismos, de violencia. Tales rasgos pueden tener un grado variable de profundidad o, si se prefiere, pueden estar relacionados con dimensiones diferentes de la estructura social, de la más coyuntural a la más constituyente. Según la dimensión con la que se vinculen, podremos hablar de violencias de diversa naturaleza (violencia machista, violencia política, violencia económica...). Cabría aludir entonces a elementos que, en cierto modo, enlazan críticamente con lo señalado en el párrafo anterior: en muchas ocasiones el recurso a la violencia constituye la expresión de una frustración por la impotencia o la presunta inutilidad de las instituciones.

Para evitar malentendidos valdrá la pena explicitar que esta última constatación no implica, por sí sola, un juicio de valor. Así, la violencia terrorista sufrida en este país durante años, a la que se dedica el capítulo titulado «Terrorismo local y responsabilidad ciudadana», no merece un ápice de benevolencia por el hecho de que sus protagonistas recurrieran a aquella justificación al no ver alcanzables sus objetivos por otros medios. El recurso por parte de aquéllos tiene bien poco de extraño. En realidad, la experiencia histórica certifica que el grueso de los protagonistas de los comportamientos que, vistos con distancia temporal, juzgamos hoy como inequívocamente condenables (incluso monstruosos en más de un caso), estaban convencidos de disponer de buenas razones para llevarlos a cabo. En ese sentido, el hecho de que el propio autor del capítulo, a diferencia del resto de colaboradores que permanecen de la primera edición y que han modificado en alguna medida sus aportaciones originales, haya preferido mantener su texto tal y como se publicó en su momento, puede servir para evitar el ventajismo del presente, siempre al acecho en asuntos tan sensibles como éste.

Porque es cierto que, en efecto, en casos como las revueltas colectivas (o que aspiran a serlo), el argumento de la inutilidad de cualesquiera otras vías, distintas a la de la violencia, suele ser muy utilizado. Pero, como decíamos hace un instante, la frecuencia del uso no lo convierte en más o menos atendible. A este respecto habría que añadir, para ser precisos, que en muchos otros casos —especialmente en aquellos que han obtenido mayor repercusión en los últimos años (pienso en los subsumibles bajo el rubro terrorismo global, aunque ya hemos visto que no serían los únicos)— da la sensación de que la reacción de los protagonistas de acciones violentas no es tanto una reacción desengañada, como más bien primitiva. Con otras palabras, está más cerca del dogmatismo que de la desesperación.

Pero, aunque así fuera, ello no eximiría de la necesidad de pensar acerca del tercer concepto abordado en el presente volumen, el de emancipación, concepto por lo demás hoy tan severamente cuestionado, por lo menos en lo tocante a sus determinaciones más tradicionales. Con todo, sus avatares recientes, lejos de invitar a un definitivo abandono, constituyen más bien, a juicio de quienes aquí escriben, el más poderoso estímulo para su revisión. Probablemente para iniciar tal proceso habrá que empezar por una profunda reconsideración autocrítica, que deje claro no ya sólo lo que la emancipación no puede ser bajo ningún concepto en las presentes circunstancias históricas, sino, tal vez sobre todo, lo que nunca fue, por más que se nos asegurara, con insistencia, lo contrario.

También ésta es una tarea para la que no disponemos de indicaciones previas. Apenas disponemos de un convencimiento que, casi más que eso, constituye una intensa percepción. La de que es mucho lo que nos falta, la de que es excesivo aquello de lo que carecemos como para aceptar sin rechistar, incluso con gesto complacido, la invitación, de matriz inequívocamente conservadora, a aceptar lo que hay, a convertirnos en...